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Poquita Cosa. (De Chejov).

Hoy, en Grandes Clásicos: Anton Chejov






Permitidme compartir con vosotros el segundo cuento corto de este magnífico escritor, un auténtico maestro del que todos podemos aprender. Es uno de mis preferidos, aunque resulta difícil escoger entre tantos buenísimos escritos de Anton Chejov, que  para muchos, es el mejor escritor de relatos que jamás haya existido.
 De todos modos, tanto si estáis de acuerdo con esta afirmación como si no, seguro que disfrutareis leyendo este pequeño relato, y os aseguro que aunque provenga de otros tiempos... aún invita a reflexionar.


Antón Chéjov

1860-1904

Su biografía en el siguiente enlace:

www.biografiasyvidas.com/biografia/c/chejov.htm




                        POQUITA COSA



Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.


-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... veamos... nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...


-En cuarenta...


-No. En treinta... lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... veamos... ha estado usted con nosotros dos meses...


-Dos meses y cinco días...


-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... mas tres días de fiesta...


A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!


-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?


El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!


-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.


-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.


-¡Pero si lo tengo apuntado!


-Bueno, sea así, está bien.


-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...


Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...


Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!


-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...


-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!


Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.


-Merci -murmuró.


Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.


-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.


-Por el dinero.


-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?


-En otros sitios ni siquiera me daban...


-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?


Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"


Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

Comentarios

  1. Adoro los cuentos de Chéjov. ¡Qué gran escritor!

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    Respuestas
    1. Yo también. Las situaciones que plantea son tan humanas que no pasa el tiempo para ellas...
      Mil gracias por pasar por este sencillo blog, amiga Pilar Alberdi.

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