Ir al contenido principal

HÉROES MODERNOS: AVENTURAS DE DINOSAURIOS







HÉROES MODERNOS

Finalista en el Certamen Literario Tamariu, Gerona, 2015.

María José Martí

Kiko tuvo que atravesar un angosto desfiladero por un resbaladizo tronco de araucaria y, de ese modo, logró cruzar el río Arazonia, jugándose la vida a más de sesenta metros de altura sobre unas turbias y aterradoras aguas bravas. Le perseguía un Mega Tyrannosaurus rex, el más terrible dinosaurio carnívoro que jamás ha existido ni existirá sobre la faz de la Tierra.


Kiko corría, y no corría como cualquiera, pues sus poderes sobrenaturales le permitían dar zancadas de veinte metros ¡o más! y brincar hasta una altura de cinco pisos.


Puedes escuchar este relato en el programa: A voz en cuento, un podcast presentado y dirigido por José Jesús García Rueda:





Huyendo de su perseguidor, se había adentrado en la oscura selva mesozoica del cretácico tardío, y debía sortear, no sólo las negras manchas de las cyatheas arborescentes, sino además las ramificaciones espinosas, verdes e intensamente brillantes de las araucarias bidwilli, que, con sus copas arbóreas de cincuenta metros de altura, ocultaban la luz del sol por completo y dejaban el sotobosque en una penumbra permanente; luego, Kiko tenía que pasar por debajo de cientos de patas y recorrer un barrizal de fango y excrementos, corriendo entre las colas de los saurópodos herbívoros que rumiaban las hierbas de los pastizales en los claros del bosque, ¡ajenos a los peligros que por doquier les acechaban!


 



Pero al malvado carnívoro sólo le interesaba Kiko. Tenía una fijación en él, en su persona, más allá de cualquier lógica, «vaya usté a saber por qué capricho del destino».


–¡No te tengo miedo, bicho inmundo! ¡Ven aquí si te atreves, bastardo! –le increpó con valentía, escupiéndole, girándose de vez en cuando para desafiarle haciéndole la señal de la victoria… Y mientras corría y corría y saltaba y saltaba, se giró otra vez para gritarle:


–¡Te voy a reventar tu asquerosa cabeza con mi rayo de fotones!





El hambriento tyrannosaurus rex emitía gruñidos bestiales a modo de respuestas que ensordecían a Kiko, y le seguía corriendo a una velocidad de cincuenta y cinco kilómetros por hora, de norte a sur y de este a oeste, de rabo a rabo (y nunca mejor dicho) por toda la selva Arazonia, dándose tortazos entre las ramas voluptuosas de los verdes y magnificentes árboles de los dioses, los ginkios bilobas.

El lagarto terrible cada vez estaba más cerca de Kiko. Cuando entraron en el Valle de la muerte ya le tenía a tiro de bocado.

Comenzaba a soplar una brisa húmeda. El cielo se había tornado de un color añil y en el horizonte empezaban a surgir nubes, nubes como esponjas, blancas y rosadas, que recordaban a las bolas deshilachadas de algodón de azúcar de las ferias. Bordeando el bosque, un largo cinturón de cicadáceas se alzaba sobre el valle: los grandes nidos oscuros de las últimas coníferas, las cicas revolutas, con sus palmas superpuestas en forma de lanzas, se balanceaban al compás del murmullo del viento, y le traían a Kiko el olor fétido del aliento de los velociraptores.

—¡Malditos bichos! ¡Os sacaré los ojos, me comeré vuestras entrañas!



Los velociraptores le habían tendido una emboscada en colaboración con el tyrannosaurio rex y le aguardaban al final de la planicie, camuflados en la espesura del bosque. Asomaban sus hocicos grises y repletos de escamas entre las palmas doradas y los verdes vejigas de las hojas palmáceas de las cycas: de vez en cuando, resoplaban y pedorreaban gases de fétida cadavernia.


¡Gruuuuaaaaaa, gruuuuu! ¡Aaarrrrrrr!, gruñían y gruñían con muy malísima leche.


Pero esta vez no volverían a cogerle desprevenido, porque Kiko ya había estado antes en aquel lugar y sabía lo que tenía que hacer… Así que primero giró a la derecha, donde un árbol seco marcaba el sendero a modo de hito: puso un pie sobre el muñón del tronco y se aferró a una argolla que colgaba de una tirolina. Luego se dejó llevar por el rápido deslizamiento del gancho a lo largo de la tirolina y voló sobre los árboles hasta una columna que se alzaba como un enorme monolito, en medio del claro del bosque, a más de cien metros de altura. En cuanto detectó el anclaje de anilla en un hueco pintado con un círculo rojo, enganchó su mosquetón a la columna y continuó subiendo a pulso por la lisa superficie, con una sola mano, impulsándose con la increíble fuerza de sus piernas y de su brazo derecho de hierro.


–¡Aaaaah, soy el mejor! –se dio ánimos a sí mismo mientras escalaba con dos dedos…


Cuando llegó a la base redonda que coronaba la cima, extrajo la pistola de fotones de su mochila de superhéroe. Desde allí, gozaba de una visión panorámica inmejorable para llevar a cabo su plan. Los animales estaban a tiro. Sólo tenía que disparar.


Y disparó a discreción.


—¡Pum, pum, pum! ¡Tomad, malditos! ¡Moríos de una vez, asquerosos!


Al cabo de cinco minutos estaban todos muertos. Grandes, pequeños, carnívoros, herbívoros… Después, Kiko descendió de la columna haciendo rápel con su cuerda mágica multiusos, extrajo de su bolsillo unas bengalas y prendió fuego al bosque. Mientras se alejaba, saltando largas distancias en cada brinco, se detuvo a observar su apocalíptica obra de soberbia destrucción: el mundo ardía en llamas. ¡Ya no habría nadie que pudiera molestarle en el Cretácico!


Trompetas y tambores interpretaban una apoteósica banda sonora cuando su madre irrumpió en la sala de estar, como era su costumbre, sin la más mínima consideración por las heroicas gestas del muchacho.


—¡Kiko! ¡Te he dicho mil veces que no pongas los pies sobre la mesa!


La señora llevaba una bandeja, y en ella, la Tirano rex, su cerveza: un paquete gigante de cortezas Flatulis velociraptoris, y una burguer extraporqui Arazonia, -la favorita del niño- de panceta chorreante con patatas fritas y ketchup.

¡Por todos los santos!


Kiko festejaba su victoria removiéndose dentro del sillón de cuero cuando mamá le arrebató el mando de un zarpazo y, mirando hacia otro lado por no mirarle la panza, preguntó sin demasiado interés:

–¿Has terminado, cariño? 

-------------------------------------------------------------------------------

María José Martí
Relatos registrados y protegidos por la ley de la propiedad intelectual







Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Franz Kafka: cuatro microrrelatos y otras historias

Vicente Blasco Ibáñez, "Golpe doble"

JORGE LUIS BORGES - EL PUÑAL

Una noche de espanto, de Anton Chejov

Rosalía de Castro: Humanidad sin frontera